El día en que una máquina empezó a imprimir la vida (Hermanos Lumiére)

"Este aparato inventado por MM. Auguste y Louis Lumière, permite recoger, en serie de pruebas instantáneas, todos los movimientos que, durante cierto tiempo, se suceden ante el objetivo, y reproducir a continuación estos movimientos proyectando, a tamaño natural, sus imágenes sobre la pantalla y ante sala entera".

Los hermanos Lumière pegaron el extravagante cartel en la vidriera del Grand Café, en el número 14 del Boulevard des Capucines, a orillas del Sena. Luego de varios ensayos exitosos había decidido presentar su invento en París. El fotógrafo Clément Maurice, amigo de Auguste, se había encargado de buscar el lugar idóneo: un saloncito en el sótano del café, denominado Salon Indien y que hasta poco antes se utilizaba como sala de billar. El lugar era pequeño, lo que escondía algunas ventajas: un fracaso pasaría inadvertido, mientras que un éxito generaría amontonamiento de gente en las calles.

La negociación con el dueño, un italiano de apellido Volpini, no había sido sencilla. Le ofrecieron el 20 por ciento de la recaudación, pero el tano, con poca confianza en el nuevo invento, no arregló hasta conseguir un contrato por un año a 30 francos diarios.

Los Lumière decidieron hacer la presentación el 28 de diciembre. La entrada costaría un franco y las exhibiciones serían cada media hora. Distribuyeron invitaciones entre algunas personas en cuya asistencia estaban especialmente interesados: entre otros, el director del Museo Grévin, M. Thomas; el director del Folies Bergère, M. Lallemand; y el director del teatro Robert Houdin, George Méliès.

A pesar de todos los preparativos la convocatoria fue más bien modesta. Muchos de los invitados no asistieron, y la mayoría de los transeúntes que leían el cartel seguían su camino, indiferentes. Apenas algunos curiosos con media hora para perder bajaron hasta el Salon Indien. La recaudación fue de 35 francos, lo que apenas alcanzaba a cubrir el alquiler del local.

En medio de un escepticismo generalizado, se apagaron las luces. Un débil haz de luz surgió del fondo y se extendió hasta la pantalla blanca. Apareció entonces la plaza Bellecour, de Lyon, con la gente y los carruajes en movimiento. El descreimiento se transformó en asombro: ante sus ojos se exhibía un espectáculo jamás visto.


"Una de mis vecinas estaba tan hechizada, que se levantó de un salto y no volvió a sentarse hasta que el coche, desviándose, desapareció", recordó el periodista Henri de Parville. "Los que decidieron entrar salían un tanto estupefactos. Y muchos volvían llevando consigo a todas las personas conocidas que habían encontrado en el bulevard", contó Volpini.

Fue la primera proyección pública de la historia, y dio nacimiento a lo que conocemos como cine. Así surgió en 1895, hace hoy 112 años, la "máquina de imprimir la vida", como la llamaría años después Marcel L'Herbier. El cinematógrafo (cinématographe, en su idioma original) de los Lumière, una cajita de unos 20 centímetros por lado y 12 de profundidad, permitía tomar imágenes, proyectarlas y hasta copiarlas. Funcionaba con una película de 35 milímetros, al igual que el competidor kinetoscopio de Edison, pero tenía varias ventajas: corría a 16 fotogramas por segundo (frente a los 48 del invento estadounidense), lo que permitía un menor gasto de cinta, y no pesaba más que una cámara fotográfica con su trípode. De hecho, el paso de los años demostró que el aparato aún sigue siendo útil: en 1995, a propósito del centenario del cine, cuarenta directores de renombre realizaron cortometrajes con esta modesta máquina, reunidos en Lumière y compañía (Lumière et compagnie). El resultado puede verse aquí.

Diez rollos de 17 metros conformaban los primeros programas presentados por los Lumière. Eran películas breves e inocentes; mostraban escenas cotidianas que los espectadores habían visto una y mil veces. Y sin embargo generaban fascinación. Al día siguiente de aquella primera exhibición los periódicos se deshicieron en elogios, e incluso algún cronista alucinado destacó la autenticidad de los "colores" de las imágenes.

Aunque vulgares, aquellos primeros films son un retrato de la época, de una Europa que vivía la era industrial. Salida de los obreros de la fábrica Lumière (La sortie des usines Lumière) tiene una alta significación histórica y social: el Manifiesto Comunista aún estaba fresco y en 1895 se había fundado en Francia la Confederación General del Trabajo. El cine, tal vez de manera involuntaria, lo refleja al colocar a los obreros como protagonistas de la cinta.

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